7/4/08

Vanini, 1.


Lucilo Vanini, llamado Giulio Cesare Vanini, acusado de magia y de astrología y condenado a muerte. ¿Quién conoce hoy ni siquiera su nombre? Denunciado por el clero, que le acusaba de estar mancillado por el ateísmo. Condenado a la hoguera, tras arrancarle la lengua, el 9 de febrero de 1619. En aplicación de la sentencia, se le despojó de todas las prendas, excepto la camisa. Se le puso la soga al cuello, y se le colgó de los hombros un cartel con las palabras: "Ateo y blasfemador del nombre de Dios". Al conminársele a que se arrepintiera, Pompeio (era el nombre que había tomado Vanini, refugiado en Tolosa tras una primera condena relativa a los "Diálogos" que había publicado durante su estancia en París) se niega. Y al repetirle el magistrado instructor de la causa: -¡El tribunal ordena que pidáis perdón a Dios, al rey y a la justicia! -Vanini exclama: -¡No hay Dios; al rey no le he ofendido en lo más mínimo; y en cuanto a la justicia, si hubiera un Dios, le pediría que lanzara un rayo sobre el Parlamento, por ser del todo injusto e inocuo.

Y con una voz que el frío hacía temblar, pues estaba sin ropa en medio del invierno, no dejó de negar en voz alta a Dios y la divinidad de Cristo, proclamando que no había otro Dios que la naturaleza; que Jesús era un hombre como él; que el alma no duraba por sí misma y que la muerte conducía a la nada. Es también por eso, decía, que es dulce y bienvenida para los desgraciados que, como él, estaban hartos de temer y de sufrir. La muerte era para ellos la liberación, el fin y el remedio de todos los males.

Tal era su creencia, tal su doctrina. Y como si hubiera temido que el Parlamento creyese que esa doctrina perecería con él, añadía que estaba seguro de que viviría en los libros que había escrito para difundirla. Con la conciencia de dar ejemplo al mundo, exclamaba a intervalos que moría como un filósofo. Al llegar al cadalso, entre las vociferaciones del populacho, dijo:

-¡Me veis aquí por culpa de un miserable judío!

Los testigos, añade el relato, no se atrevieron a repetir el resto de las palabras. Cuando fue atado al poste, el verdugo, hundiéndole las tenazas en la boca, le arrancó la lengua hasta la raíz y la tiró al fuego. En ese momento, Vanini lanzó un grito de dolor tan fuerte y tan desgarrador que los asistentes sintieron un escalofrío. Un jesuita, narrando el hecho más tarde, lo encontró "muy gracioso".

No hay comentarios: